Es la presión a la que nuestra sangre está dentro de nuestras arterias.
Existen dos valores: la máxima o sistólica que corresponde a la que medimos cuando el corazón se contrae y la mínima o diastólica, que corresponde a la que obtenemos cuando el corazón está distendido o en diástole.
La tensión arterial normal ha de ser inferior a 140/90 mmHg (lo que comúnmente se dice 14/9) si la tomamos en la consulta. Se acepta que si la tensión se toma en el domicilio los valores han de ser algo más bajos (135/85 mmHg).
Falso. Es cierto que la tensión arterial suele aumentar con la edad. Pero eso no quiere decir que no tengamos que tratarla si supera el valor normal. De lo contrario, la tensión afectará al organismo, independientemente de la edad.
No, la tensión arterial tiene variaciones importantes a lo largo de día dependiendo de factores conocidos como el estrés emocional o el ejercicio físico, entre otros.
Se debe utilizar siempre un dispositivo que la tome en el brazo, NO en la muñeca.
Medirla en una habitación tranquila, sentado y con la espalda y brazo apoyados.
Hay que esperar 5 min. en reposo antes de tomarla.
Tómese la tensión en el brazo que sepamos que normalmente la tenemos más alta. Y si no lo sabemos, comprobadlo.
Se deben hacer 2 mediciones esperando al menos 2 min entre ellas y apuntar ambas.
Mídala a diferentes horas del día.
Entonces… ¿eso de tomarla en el brazo izquierdo porque “es el brazo del corazón”?
La tensión arterial debería de ser la misma en cualquier parte que la tomemos.
Es cierto que con el paso de los años, se desarrollan estrecheces en las arterias. Por ello, si medimos la tensión en las muñecas, la probabilidad de que existan estrecheces en el trayecto arterial desde el corazón es elevada y la tensión saldrá más baja que la real. Esa es la razón por qué debemos tomar la tensión en los brazos y no en las muñecas.
Lo correcto es dar por válida la primera medida o, si se toma una segunda, dejar pasar unos minutos entre las dos tomas. El mismo acto de tomar la tensión baja la tensión durante un corto tiempo después de hacerlo. Por lo que si nos fiamos de la segunda medida, tomada inmediatamente después de la primera, estaremos obteniendo un valor falsamente bajo.
Además de los cambios en el músculo del corazón, el principal daño que provoca la hipertensión es a nuestras arterias.
Las paredes arteriales que están sometidas a una presión mayor de la normal, desarrollan lo que llamamos arteriosclerosis. Se trata de un estrechamiento progresivo de la luz arterial (del sitio donde circula la sangre). Esto provoca, si es muy acusado, que no llegue sangre suficiente a determinados órganos, pudiendo provocar infartos de miocardio o anginas de pecho, ictus, insuficiencia renal y muchas otras.
A la hipertensión arterial se le conoce como “el asesino silencioso”. Es decir; en muchas ocasiones no da síntomas hasta que ya es demasiado tarde, porque ya hemos padecido un infarto de miocardio o un ictus.
Sí, por supuesto. Las medidas higiénico-dietéticas, como las llamamos los médicos, son de gran importancia. Son las siguientes:
Comer con poca sal.
Mantener un peso adecuado con una dieta equilibrada. Evitar el sobrepeso.
Hacer ejercicio físico aeróbico moderado de forma regular (caminar rápido, bicicleta, nadar, correr…).
Reducir el consumo de alcohol (no más de dos copas de vino al día, en el hombre y algo menos en la mujer).
La hipertensión arterial, normalmente, no es un problema urgente a no ser que se trata de valores muy elevados (por lo general siempre más de 200/120 mmHg) y que produzca síntomas (dolor de cabeza o de pecho, falta de aire,…).
El daño producido por la tensión se efectúa poco a poco, a lo largo de meses y de años.
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